BLOGOSFERA

Salvador Pendón Muñoz

Sé que no lo soñé...


Cuando se van cumpliendo años que se han procurado vivir conscientemente y se ha tenido la suerte de lograrlo, la memoria es buena manera de perpetuar en la historia propia aquellos momentos que, buenos, regulares o malos, nos han hecho como somos. Si no hubiesen sucedido, seríamos diferentes. Y si con el transcurrir del tiempo los hubiéramos olvidado, también.

Es nuestro inventario vital una larga nómina de acontecimientos. Todos han dejado su marca, más o menos acentuada. En ocasiones, cuando recordamos algún episodio de nuestras lejanas infancia y juventud, creemos hallar explicación razonable a algunos de nuestros comportamientos. A veces, la memoria sirve para satisfacernos con algunas de las situaciones de las que fuimos protagonistas y que seguirán manteniendo su imperecedero valor mientras seamos capaces de sentir, al recordarlas, algo parecido a lo que nos inspiró vivirlas.

Ayer visité Benamargosa, donde tenía lugar una más de las fiestas singulares que, afortunadamente, en casi todos los pueblos de nuestra provincia se vienen celebrando. Es buen pretexto y ocasión de conocer Málaga para quien no la conozca y para quien sí, como es mi caso, disfrutar de un territorio y una gente sencilla, hospitalaria, amante y orgullosa de sus tradiciones, pero capaces de disfrutar los beneficios de una modernidad que ha sabido ganar con esfuerzo, a pesar de las dificultades añadidas que para alcanzar el bienestar comporta residir en un pequeño pueblo del interior.

En una jornada que amaneció lluviosa para dejar paso a un tibio sol de mediodía, a la par que vivía la fiesta, no podía apartar de la mente el recuerdo bastante difuminado de cuando hace ya casi cuarenta años fui con el equipo de fútbol de mi pueblo, El Borge, a jugar un partido a Benamargosa. No recuerdo bien por qué motivo ni en qué época del año, pero sí recuerdo que el campo de juego, provisional como el de casi todos los pueblos entonces, estaba en el río, junto al puente sobre el que pasa la carretera que va hacia Cútar en una dirección y hacia Vélez en otra. Ayer estaba instalada allí una carpa destinada a albergar uno de los actos programados con motivo de la fiesta que el pueblo acogía.

No recuerdo el resultado. Sí que el equipo anfitrión vestía camiseta y pantalón de color azul. En el de mi pueblo, cada uno vestíamos diferente, que se trataba de un equipo muy humilde. Sólo en el vestir, eh, que jugando le “mojábamos la oreja” a todos los pueblos de los alrededores con los que medíamos fuerza. También recuerdo que, una vez terminado el partido, nos invitaron a un refresco en el bar Cuatro Vientos, situado al borde mismo de la carretera.

Haciendo el recorrido por los puestos habilitados para degustaciones de productos propios del lugar, comprobé que el bar, hace cuarenta años ya vetusto, había desaparecido. En su lugar han levantado… si claro, como sucede en tantas ocasiones: la sucursal de una entidad bancaria. Me quedé con las ganas de, al igual que Sabina cuando en uno de sus veranos fue incapaz de revivir el anterior, emprenderla a pedradas contra los cristales.

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