BLOGOSFERA

Antonio Vargas Yáñez

Un pendrive en el puerto


Para el crítico Kenneth Frampton, “los rascacielos no son arquitectura, solo dinero”, una representación del mercado que simboliza una arquitectura que prioriza el capital por encima de la cultura. En el caso del hotel del puerto de Málaga, ni siquiera podemos hablar de un rascacielos, sino de un edificio alto. Un rascacielos tiene más de 40 plantas y este se queda cortito. Otra cosa es que quede más cool venderlo como tal o que para una ciudad de altura moderada como Málaga, y en el sitio en el que se propone, el edificio sea desproporcionado.

Establecido este marco conceptual y visto el demoledor análisis económico del profesor Esteve Secall, a la defensa del edificio no le ha quedado otra que desplegar una pléyade de ingeniosos argumentos arquitectónico. Y es que uno necesita tomarse un Lexatin tras escuchar que el primer proyecto se diseñó para que soportara el viento y el sismo. Evidente. Si no, se cae. Pero si este argumento es bueno, el de un permio Pritzker tiene que ser mejor, y como el papel lo aguanta todo, ahí nos suelta aquello del taró de Málaga como fuente de inspiración de un edificio nebuloso que tiene que esconder tras un bosque que tardará 60 años en crecer, si es que enraíza.

Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, y cuando a un rascacielos nebuloso le pones las paredes que tienen todos, se levanta la bruma y se ve. Y se ve “¡one egg!”, que debió decir el arquitecto ingles antes de ordenar una perspectiva del edificio de costado, manera en que se ve mucho menos y se brinda un argumentó a cualquier estudio de impacto paisajístico: si lo mira de lado, apenas se ve. Eso sí, de frente se ve la leche. Y desde las suites que albergará el “hotel residencial” sí se tendrán unas magníficas vistas a la ciudad, con orientación noroeste, que energéticamente está chachi piruli.

Pero lo que realmente importa no es esto, sino a qué responde la forma icónica que pondrá a Málaga en los mapas. Y para ello, unas breves notas de culturilla arquitectónica. A finales del siglo pasado surgió el denominado “simbolismo arquitectónico”. Bajo este, los edificios eran una metáfora literal de su función y, cuando Gehry proyectó las oficinas de una agencia de publicidad, les dio la forma de binoculares. Pasados los años, el maestro se fue calmando y las curvas del Guggenheim evocaron la forma marina del entorno del Nervión. Pero en una forma abstracta, que estamos en un museo de arte contemporáneo. Gehry proyecta sus edificios como esculturas elaboradas con diversos objetos. Al menos así me lo contó mi amigo y arquitecto Nacho después de visitar las bodegas de Marqués de Riscal, donde los bodegueros, gente seria donde las haya, encargaron el hotel al afamado arquitecto y se reservaron para ellos la bodega, pensando que con las cosas de beber no se juega. A Jáuregui le explicaron que el hotel encuentra su inspiración en el granate del vino, el plateado de la cápsula y el dorado de la redecilla que envuelve las botellas. Su sorpresa fue mayúscula cuando, tras beberse una, hizo un gurruño con malla y la cápsula manchada de vino y exclamó: ¡me ha salido un Gehry!

La arquitectura está llena de casualidades. Cuentan que Oiza tenía empantanado el remate de su edificio de Torres Blancas cuando la señora que limpiaba tiró su maqueta y la de una guardería. Horrorizada por el desaguisado y sin saber dónde poner cada cosa, colocó la guardería encima del edificio resolviéndole el problema. Tras levantarse la niebla en el dique de levante, la historia de la Arquitectura puede explicarnos cómo pretende Chipperfield que logremos trascender. Y es que todo invita a pensar que al arquitecto le pasaron la información para el proyecto en un pendrive y, dando vueltas a la idea sobre una maqueta de la zona (que es lo primero que hacen los becarios de un estudio) se le debió caer el pen de las manos, quedando de pie en medio de la explanada. Fue entonces cuando exclamó: ¡Oh, my Good, una metáfora de la nueva Málaga tecnológica!

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