BLOGOSFERA

Salvador Pendón Muñoz

Política y moral


Aunque soy incapaz de recordar con exactitud la fecha, es lo cierto que a principios de la década de los noventa leí un artículo de Xavier Rubert de Ventós en el que establecía la difícil pero inevitable convivencia de los planteamientos radicales y relativistas en lo político y en lo moral, llegando a justificar la aplicación de los mismos en términos de oportunidad y de pragmatismo.

Venía a decir el pensador y político catalán que la necesidad de acometer cambios muy profundos en la estructura del Estado en el período de consolidación de la democracia requirió de las formaciones políticas la exigencia de que había que hacer lo que era necesario aunque algunas actuaciones vinieran a significar, en la práctica, congelar las propias señas de identidad y diferenciación, cuando no renunciar a las mismas de manera definitiva.

Continuaba el que fuese Diputado al Congreso y Europarlamentario por el PSOE afirmando que, una vez superadas las turbulencias involucionistas de principios de los ochenta y sin apenas nadie ya cuestionando la fortaleza de la democracia, procedía impregnar la práctica política de un radicalismo moral que no evidenciara contradicciones entre lo que una formación política decía y lo que quienes en su nombre actuaban hacían, aunque para ello fuese necesario relativizar la importancia de las acciones y de sus resultados.

Por causa de que el gobierno de Felipe González, con la proa puesta en aquellos momentos hacia el fin de su singladura, ya hacía bastante con mantener el equilibrio entre las propias debilidades y los afanes obstruccionistas de la derecha (¿no me iréis a decir que esto “os suena” de algo?) y de que los gobiernos de Aznar estuvieron siempre más preocupados por la cuenta de resultados que por la filosofía política, la reflexión de Rubert no se hizo realidad hasta la llegada del primer gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero.

Aunque, en este caso, no sucedieron las cosas tal y como solicitaba casi década y media atrás Xavier, puesto que el radicalismo moral de las primeras actuaciones del gobierno surgido tras las elecciones de marzo de 2004 alcanzaron especial dimensión al venir acompañadas de un radicalismo político fuera de dudas. Ejemplo de ello: la retirada inmediata de las tropas españolas de Irak, acompasando la rápida acción de gobierno al contenido del programa electoral. Son muchos más los ejemplos en el sentido expresado. Los suficientes para valorar en su justa y amplia medida la coherencia de un Presidente del Gobierno que siempre ha sabido hacer política con un sentido intachable de la ética. Que la inercia de los tiempos le haya empujado a radicalizarse en lo político, viéndose obligado a introducir elementos de relativismo moral en sus propuestas y acciones de gobierno, no ha de ocultar el efecto de regeneración democrática y compromiso con la modernidad que en su momento tuvieron algunas apuestas legislativas y su correlación ejecutiva, por más que siempre fueran criticadas por los sempiternos valedores de la reacción al progreso.

No es el tiempo presente propicio para la innovación, pero sí que es el oportuno para empezar a poner remedio a la sangría de oportunidades que puede traer consigo el desencuentro entre los ciudadanos y la práctica política, sobre todo cuando el mismo venga motivado por el desencanto. Por eso, aún a sabiendas de la dificultad que comporta acogerse a pautas de comportamiento estables en estos momentos, sería deseable una acción de gobierno que concilie responsablemente la necesaria renuncia a lo prescindible con el atrincheramiento en la defensa de lo irrenunciable, aunque cada vez se complica más alcanzar el equilibrio de los platillos de la balanza, pero nadie nos dijo nunca que esto fuese fácil. Lo fácil es renunciar a la política y a la moral, pero eso es patrimonio exclusivo, aquí y ahora, del primer partido de la oposición.

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