BLOGOSFERA

Nuestro Kennedy
Compro el número de abril de la revista Forbes atraído por su portada, en la que se va la silueta de Adolfo Suárez arrojándose al mar, estilizada, casi la figura de un nadador profesional. Siempre me ha llamado la atención la brillante iconografía de Adolfo Suárez, de quien muchos conocían su obsesión por la imagen y por su proyección mediática. Hay quien achaca este interés a su paso por la Radio Televisión Española. Yo no me resisto a pensar que hay mucho de márketing político norteamericano en la construcción de una figura pública que atesoraba las mismas virtudes innatas de magnetismo personal y talento político que otros líderes similares estadounidenses.
Hace años me hice con un monográfico de la revista francesa París Match dedicado a Jackie Kennedy. Aquellas fotografías, aquellas imágenes que se convirtieron en iconos del american way of life, del cambio, de las posibilidades de toda una generación, forman parte incontestable de nuestra propia historia contemporánea. No ha habido un animal político tan fotogénico y tan fotografiado como el joven Kennedy, que no sólo llegó a ser el primer presidente católico de los Estados Unidos de América, sino que se convirtió además en el luchador por los derechos civiles que tanto necesitaban las minorías americanas, todavía en aquellos años sometidas a condiciones de vida de siglos anteriores. La Transición americana la hizo JFK.
La Transición española, por su parte, pilló todavía a Richard Nixon en la Presidencia y al inefable y pragmático Henry Kissinger en Asuntos Exteriores. Los dos sabían del tema del que estamos hablando. El primero porque precisamente fue barrido por Kennedy años antes en el primer debate entre candidatos a la presidencia televisado en directo a toda la nación. Y el segundo porque se las sabía ya todas en aquella época. Hay mucho de leyenda urbana en cuanto al papel jugado por los Estados Unidos en la Transición española, desde el atentado de Carrero Blanco hasta la aprobación de la Constitución. Cada cual ha escrito su propio libro arrimando el ascua a su sardina. Pero viendo en Forbes las imágenes inmaculadas de Adolfo Suárez, nacido en un pequeño pueblo de Ávila, resulta difícil renunciar a creer en un cierto asesoramiento externo para conseguir instantáneas tan llamativas y poderosas como las que se recogen en su interesante dossier.
Me quedo con una de ellas, muy célebre. Suárez, en mangas de camisa, trabajando en el avión presidencial. El espacio es reducido, se trata de un pequeño reactor. Viaja a Francia, es su primera visita oficial a otro país. La luz entra por la ventanilla, a su derecha. Tiene apenas desabrochado el último botón de la camisa, siempre blanca. Lee muy atento un papel recogido en una carpeta. Sobre la mesa más papeles, carpetas blancas ordenadas, un maletín. Sorprende la breve aparición de un cable telefónico. Detrás de él, a la derecha en la foto, un hombre con gafas gruesas también lee. Esa imagen, en la España de 1976, era la foto de la modernidad, de la eficacia, del temperamento. Suarez tenía todo eso y alguien se encargó de captarlo y de contarlo. Fue nuestro Kennedy, el protagonista de nuestra propia Transición. Ahora forma parte de la Historia.