BLOGOSFERA

El escritor en su laberinto
Muere García Márquez y se va un mundo con él, no sólo Macondo y el realismo mágico, también una forma de entender la vida y de contarla. De entre todo lo publicado estos días en torno a su gigantesca figura me quedo con los artículos y entrevistas que han puesto encima de la mesa su relación con el Poder, su proximidad y cercanía con grandes dirigentes regionales y mundiales. Se le ha afeado a García Márquez su amistad con Fidel Castro, su sintonía con Cuba que es mucho más que su dictadura y que los hermanos Castro y sus secuaces-, sin entrar a valorar los objetivos y los logros de esa amistad, que quizás perjudicara al propio Gabo pero que podría resultar benéfica para terceras personas, encarceladas o perseguidas.
En un reportaje televisivo, Belisario Betancur, presidente colombiano de los años ochenta, recordaba que eran los líderes mundiales los que buscaban la amistad y complicidad de Gabo, y no al revés, y destacaba que Gabo utilizaba esas relaciones para hacer cosas por los demás, nunca promo sua, nunca en beneficio propio. Betancur, miembro del Partido Conservador, aparecía en la entrevista rodeado de libros, y su declaración adquiría así la solemnidad que da haber sido un hombre de Estado, un líder prestigioso de un país difícil, golpeado por el terrorismo, dividido siempre y escenario de una de las más largas y atroces guerras civiles de América Latina, lo que es mucho decir. El escritor y diplomático Plinio Apuleyo Mendoza, en otra entrevista ya antigua, recordaba las intercesiones de Gabo ante Castro y Cuba casi la misma cosa- y manifestaba en público que el último de los disidentes acogidos a la diplomacia invisible de García Márquez fue Raúl Rivero, precisamente exiliado en Madrid desde 2004.
Por lo tanto, no hay que confundir la relación de Gabo con el poder con esas relaciones que tanto gustan a intelectuales de medio pelo y personajillos varios, rondadores de privilegios y canonjías. Gabo no lo necesitaba. Su crítica al poder está presente en todos sus libros, desde la terrible historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, hasta sus más ligeras y últimas producciones. Es inolvidable la escena, en Crónica de una muerte anunciada, en la que Ibrahim Nasar se hace con su futura hacienda con el sólo poder del dinero. Y son inolvidables personajes que han tocado el poder hasta perderlo, como Aureliano Buendía o Bolívar ya envejecido.
Ganar el Premio Nobel fue no sólo un reconocimiento a su impecable trayectoria literaria, también un espaldarazo a unas ideas y a un compromiso discreto que no desmintió jamás, pese a las críticas. Nunca entendimos por qué en este país tan aficionado a jugar a los bandos opuestos había que elegir entre Gabo y Vargas Llosa, tan magistral y comprometido como el que más. Del peruano me quedo con su campaña política, con su inmersión en el barro de la política nacional, lejos de torres de marfil y carreras literarias por venir. Con su defensa permanente de la libertad y de los derechos humanos y civiles. De Gabo me quedo con su discreción, con su compromiso, con su naturaleza sencilla y campechana, con su habilidad sutil para conseguir lo que otros ni siquiera han intentado. Seguro que, al igual que Bolívar, frecuentó su propio laberinto. Al fin y al cabo, ni las líneas rectas ni los argumentos previsibles fueron nunca su seña de identidad. Felizmente para nosotros, que le quisimos tanto.