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Transición y secesión
El torbellino generado por la lideresa Aguirre con su dimisión calculada y meditada, por mucho que lo niegue, no puede ensombrecer la gran noticia de los últimos días: la gran manifestación de Barcelona, en la que centenares de miles de catalanes mostraron su malestar -su hartazgo, en venenosas palabras de Artur Mas- respecto de la relación de Cataluña con España.
Desde que CiU ganara las elecciones catalanas, en minoría, se ha encargado de ir lanzando un discurso que ha tenido éxito en la sociedad catalana. Los recortes, muy fuertes en Cataluña, no se deben a la mala gestión de los policos que han estado al frente de la Comunidad Autónoma, sino que obedecen sobre todo a la solidaridad realizada desde Cataluña hacia las Comunidades Autónomas menos favorecidas -con especial referencia a Andalucía-. De esta manera, Artur Mas ha alentado dos frentes de diálogo y confrontación con el Gobierno de España, paralelos y sin embargo convergentes: si no hay Pacto Fiscal -es decir, un tratamiento diferenciado a Cataluña, con menos aportaciones a la solidaridad interterritorial que marca la Constitución-, entonces no queda más remedio que emprender la vía de la secesión y del independentismo. Un órdago que ven con temor evidente los empresarios y los hombres de negocios catalanes, que saben que Montreal dejó de ser la capital económica de Canadá precisamente por las veleidades patrióticas de sus líderes francófonos hace ya treinta años.
La situación creada tiene mucho de lo que hablar. Pone en entredicho el modelo de la Transición, con mayúscula. Abre el camino a una España con varias Comunidades Autónomas -País Vasco y Navarra ya, Cataluña y otras más ahora- disfrutando de mayor autonomía fiscal y política que el resto. Ya lo ha dicho Núñez Feijoo: Galicia también, las demás no. Y si no se llega a un acuerdo económico, entonces vuelve a la agenda el debate soberanista -ahora catalán, tras el fracaso de Ibarretxe- que tanto gusta al Partido Popular y que tanto enardece a su militancia más carpetovetónica. ¡Se rompe España!
Para Andalucía, todos los escenarios son peligrosos. Lo dijo el portavoz del PSOE en el Parlamento andaluz la semana pasada, Paco Álvarez de la Chica: los andaluces nos levantamos el 28 de febrero de 1980 no para ser diferentes, sino para ser iguales. Desde la centralidad política, la UCD había diseñado un Estado autonómico desigual, con ventajas palpables para las llamadas "comunidades históricas". La rebelión de la sociedad andaluza permitió un desarrollo autonómico equitativo para todos, e impidió la creación de una España de dos velocodades, de dos categorías.
Todo esto está en peligro ahora. Si el Gobierno de España quiere calmar las aguas turbulentas que bajan de Cataluña, no hay otra vía que el Pacto Fiscal, más o menos encubierto. Y eso perjudica y se lleva por delante la solidaridad interterritorial. Y si no negocia porque prefiere que se convoquen elecciones anticipadas o debilitar a CiU por puro cálculo partidista, entonces volveremos al choque de nacionalismos y a la incertidumbre política, ya alimentada por Esperanza Aguirre, tan negativa para el interés económico general. En estos momentos, nadie sabe si Mariano Rajoy tiene algo en la cabeza con respecto a las crisis que se suceden delante de sus narices. Ojalá se manifieste lo antes posible, por el bien de España y de Andalucía.