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La vida de los otros
Una de las mejores películas europeas de los últimos años es La vida de los otros. Consiguió de hecho el Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 2007, y fue aclamada en cines de todo el mundo. Cuenta la vida de un agente de la Stasi, la policía política de la Alemania comunista, que acaba casi colaborando con un grupo de intelectuales que desean hacer llegar a la Alemania Occidental un artículo sobre la vida real al otro lado del Telón de Acero.
El artículo es finalmente escrito, sacado de Alemania del Este y publicado en Der Spiegel. Es quizás la única parte de la película que es ficción. Y empieza lo recuerdo- revelando que ya no se hacen estadísticas de suicidios porque son tantos que se prefiere que no haya constancia de los mismos.
Otro suicidio, esta vez, en Túnez, el de un vendedor ambulante llamado Mohamed Bouazizi, desencadenó la ola de revoluciones conocida como Primavera árabe. Bouazizi tenía un carro para la venta ambulante que le fue confiscado por la policía. Al ir a protestar, le dieron una paliza. Se quemó a lo bonzo en diciembre de 2010, y fue su muerte en los primeros días de enero de 2011 lo que propició la rebelión de la sociedad tunecina contra la sucia dictadura de Ben Ali. Luego vendrían Egipto, y Libia, y Siria tal vez.
Hace pocos días, en Granada, José Miguel Domingo, un vecino de La Chana, se suicidó pocas horas antes de ser desahuciado. Una muerte vergonzosa y evitable. Un suicidiode un hombre desesperado, como en Túnez. Desde entonces han saltado las alarmas. Sabemos que cada día hay diez muertes por suicidio en España. Se hace público un informe confidencial del CGPJ sobre medidas para tratar de evitar los desahucios o al menos para remediar una situación de no retorno. Se escriben centenares de artículos. La indignación aumenta. Pero antes alguien ha tenido que morir.
No hemos llegado al punto de suprimir las estadísticas de suicidios, pero quizás alguien lo esté pensando en este momento. Los bancos, los gobiernos, la alta política, los equilibrios internacionales, siempre juegan con la vida de los otros. Y nadie hace nada. Hasta que un día, como ya advirtiera Brecht, descubrimos que la vida que sólo afecta a los otros se parece cada vez más a nuestra propia vida, sospechosamente. Y ese día, lo sabemos, es ya demasiado tarde.