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Desarrollismo
Los alcaldes malagueños del PP han montado lo que Esteban González Pons aquel ínclito portavoz conservador, de origen valenciano y protagonista del celebrado biopic político titulado Camisa blanca- calificaría como una algarada callejera. Dispuestos a sacar petróleo, políticamente hablando, de donde no lo hay, han pretendido convertir el Decreto de Protección del Litoral aprobado por la Junta de Andalucía en lo que no es.
Y es que Málaga sigue siendo una provincia en la que el rancio discurso desarrollista tiene audiencia, seguidores y poderosos voceros. Se inventan debates inexistentes, y se construyen realidades que no se sostienen. Un ejemplo de ello es el tema de los atraques y los puertos deportivos, que he vivido muy de cerca. Cuando ya se había disparado la morosidad en nuestros puertos, cuando la gente que se compró un barquito ya no tenía ni para la gasolina que los llevara a alta mar, todavía había gente empeñada en defender la necesidad de construir miles de nuevos atraques en la provincia, ajenos a la realidad económica y a la auténtica demanda existente.
Pasa igual con la vivienda. No se paraliza nada con este Decreto, que precisamente trata de proteger las zonas que siguen haciendo de la Costa del Sol un destino de mayor calidad que otros entornos invadidos por el hormigón y el cemento. Y hay un stock de vivienda sin vender que sólo ha servido de excusa para que altos cargos de la Diputación hagan turismo inmobiliario- y suelo calificado como para construir 40.000 nuevas viviendas cuando la demanda se recupere. Algo muy difícil si el huidizo Rajoy sigue empeñado en aplicar políticas de ajuste y austeridad y da la espalda a los necesarios planes de estímulo de la economía. En recesión, ni hay crédito ni hay demanda.
Pero nada de esto importa a los voceros del desarrollismo. He conocido a muchos de ellos: arquitectos, ingenieros, abogados. Y también periodistas, por supuesto. Todos tienen una característica en común: pretenden hacer pasar por el interés general de Málaga lo que son sus concretos y lucrativos intereses personales. Se les llena la boca hablando de Málaga, pero no tienen más horizonte que mantener un nivel de vida acorde con su prestigio y su talento. Cuando piden más y más, lo que tienen en la cabeza no es el futuro de nuestra provincia, sino la necesidad de seguir pagando las hipotecas de sus bonitas casas con jardín, las letras del potente coche alemán que conducen, los recibos de los colegios concertados y privados en los que estudian sus hijos, las caras estancias en universidades extranjeras. Y todo a nuestra costa. O, peor aún, todo a costa de nuestra costa. Y no se trata sólo de un juego de palabras. Por desgracia.