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La utilidad de los partidos
El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ha tenido a bien editar en castellano uno de los más lúcidos manuales contemporáneos sobre el papel de los partidos políticos en el sistema democrático. Se trata de "¿Por qué los partidos políticos?" (Why parties?), y su autor es John Aldrich. Hay periodistas que critican a los políticos leídos, de la misma manera que hay columnistas que aún no han superado los viejos pero vigentes manuales de Robert Michels y Angelo Panebianco. La redención a través de la lectura siempre ha sido polémica, y de hecho hay quien sigue pensando que en política es imposible conciliar el pensamiento y la acción. Pero bueno.
El libro de Aldrich defiende la necesidad de los partidos políticos. Y lo hace con argumentos sólidos como la gobernabilidad, o la defensa de la democracia representativa. Hay quien pueda y quiera acusarme de corporativismo al recomendar la lectura de un libro que apoya el sistema tal y como lo conocemos. Su lectura, lógicamente, debería extenderse por todos los niveles sociales, y de manera muy especial por las cúpulas dirigentes de los grandes partidos políticos nacionales, aquejados de un enorme descrédito, responsables últimos de la desafección política, aferrados a sendas agendas internas completamente alejadas de los problemas cotidianos de una sociedad que sufre la crisis, la austeridad impuesta, el ajuste fiscal y el desempleo masivo.
Los defensores de la democracia representativa creemos en el sistema de partidos. Y pensamos que hay que conciliar la necesaria extensión de las opciones para elegir -lo que motivaría a priori una mayor participación electoral- con la inexcusable gobernabilidad que está en la base de mandatos estables capaces de dar a un territorio estabilidad y confianza. La deriva del sistema hacia una partitocracia en la que se rinden pocas cuentas y no se asumen responsabilidades no sólo afecta a la convivencia democrática, a la salud de la democracia y al propio sistema en momentos como el actual, sino que incluso puede ser un camino suicida para los propios partidos que deben garantizar el cumplimiento de las reglas del juego y la supremacía de las leyes. La inercia puede dinamitar a los partidos con vocación mayoritaria.
Desgraciadamente, en la España actual se suceden las contradicciones. Formaciones políticas de nuevo cuño cometen errores de principiantes -como ese Partido Pirata que exige transparencia mientras se niega a dar la cara y a poner nombres encima de la mesa- o repiten comportamientos ya sabidos -como ha hecho UPyD arropando sin crítica a uno de sus prohombres, nunca mejor dicho, al hilo de unas desafortunadas declaraciones. Y mientras tanto, los dos grandes partidos continúan inmersos en problemas internos, interpretando la política del año 2013 como si estuviésemos en los años ochenta del siglo pasado. No, no son sólo los militantes, ciudadanos y periodistas curiosos los que deben leer el libro de Aldrich. Son los dirigentes los que deben hacerlo. O sus asesores, al menos. Y así podríamos explicar a los ciudadanos por qué deben seguir existiendo los partidos antes de que la antipolítica y sus intérpretes escriban nuevos libros de contenido muy diferente.