BLOGOSFERA

José Andrés Torres Mora

Escrache y cencerradas


Es curioso cómo se asocian las ideas. Al ver la noticias del escrache a algunos diputados me ha venido a la memoria una tradición, afortunadamente desaparecida, de nuestros pueblos. Las cencerradas. Una costumbre que ya conocía antes de leer el libro de Julian Pitt-Rivers sobre Grazalema. La costumbre de la cencerrada, con diversos nombres, estuvo extendida por casi toda España y en otras partes del mundo. Las cencerradas eran un mecanismo de control social. Cuando se producía un matrimonio o una unión que transgredía determinadas costumbres: un hombre mayor con una chica joven, viudos, separados, personas que vivían juntas sin estar casadas, la gente se iba a las casas de los recién casados y pasaba la noche en su puerta armando ruido, haciendo cánticos burlescos y ofensivos, humillándolos. Herían a las personas, eso sí, amparándose en la defensa de la moral. El sadismo es cobarde, necesita siempre una excusa elevada. Todavía a comienzos de los ochenta hubo alguna cencerrada en mi pueblo. Luego fueron barridas por el viento de la tolerancia que sopló con nuestra democracia.

Recuerdo con amargura una de las últimas cencerradas. Se la hicieron a un vecino de mi abuela que hacía años había quedado viudo. Él y su mujer, Diego y María, que no tenían hijos, me acogieron muchas veces en su casa, me dieron meriendas, cariño y me enseñaron a leer. Recuerdo que había una foto de su boda encima de la mesa de ala de su casa y que, años después, pude comprobar que bajo aquella foto había, oculta, otra. Una foto con una orla con los colores de la República con un jovencísimo Diego vestido con el uniforme de soldado de artillería. Muchos años después de enviudar, Diego juntó su soledad con otra mujer que también estaba sola, y hubo algunas personas que decidieron censurarlo y, de camino, pasar un buen rato de diversión a costa de dos seres humanos. Treinta y seis años de democracia han demostrado que todos nosotros, incluidos los que participaron en la cencerrada, éramos mejores que aquello.

He leído el relato que hace el diputado González Pons sobre el miedo que pasaron su mujer y sus hijos mientras un grupo de personas que protestan contra los desahucios les gritaban y golpeaban la puerta de su casa. Como en las antiguas cencerradas, quienes hacían eso lo hacían en nombre de una causa moral superior, en este caso en nombre de otro miedo, de otro dolor, el miedo y el dolor de las personas desahuciadas. Cuanto mayor es el daño o la indignidad que se hace, más alta hay que buscar la fuente de legitimidad. Siempre es así. Bien lo saben quienes han expulsado a decenas de miles de familias de sus hogares.

He coincidido con el señor González Pons durante dos legislaturas en el Congreso. He votado lo contrario que él la mayor parte de las veces. Sin embargo, en esto estoy con él y con su familia, y no estoy con quienes creen que es una buena idea socializar o repartir el dolor y la vergüenza.

El dolor no nos va a hacer mejores. Sacará lo peor de nosotros, eso sí, en nombre de las causas más nobles.

TRANSPARENCIA

Información económica sobre el PSOE de Málaga y de sus cargos