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Enrique Benítez Palma

Pellegrini


Me habría gustado ir el sábado a La Rosaleda, ver el último partido en casa del Málaga esta temporada, aplaudir a los jugadores que lo han dado todo, y participar de ese homenaje colectivo a Pellegrini, el entrenador que está en el origen de casi todo lo bueno que le ha pasado al Málaga en estos dos últimos años.

No hay que perder la memoria, ni pasar ahora por alto esas temporadas humildes de Peiró con resultados mejores de los esperados y con un equipo que divertía y se divertía en el campo. Aquellas temporadas en las que se lograba la salvación a falta de varias jornadas y la afición respiraba tranquila, acostumbrada a sufrir hasta el último suspiro, esa misma afición que llenaba La Rosaleda en los no tan lejanos tiempos del infierno de la desaparición y el trabajado ascenso hasta Primera.

Sin embargo, hay que reconocer que la devoción hacia Manuel Pellegrini nunca antes se había dado en una ciudad tan entusiasta como crítica y novelera. Y sí, es cierto, se han logrado los mejores resultados de la Historia del Málaga, pero no es sólo eso lo que ha llevado a los seguidores malaguistas a llorar la marcha de Pellegrini. Su tranquilidad, su exquisita educación, sus modales, su saber estar, han permitido una identificación colectiva con un hombre que se ha convertido en el embajador inesperado del imaginario colectivo que Málaga desea mostrar y enseñar al exterior.

Un periodista deportivo escribió hace pocas semanas que Pellegrini sería el Alcalde de Málaga si se lo propusiera. Quizás exagerase, pero hay que reconocer que Pellegrini ha vuelto a demostrar el amor de esta ciudad, tan consciente de sus carencias formales y educativas, hacia los dirigentes que han hecho de la educación en público una virtud política. En este sentido, Pellegrini se ha puesto en la estela de Pedro Aparicio y de Francisco de la Torre, nada más y nada menos, y posiblemente fuese esa sutil línea sucesoria lo que había detectado el periodista.

Ahora que se va, entre aplausos y lágrimas, puede que sea el momento de reflexionar sobre los motivos que hacen que Málaga admire tanto las virtudes que tan poco pone en práctica, como ciudad y como sociedad. No es tan difícil ser y hacer las cosas de otra manera. Lo fácil es poner toda la responsabilidad en manos de una sola persona y eludir nuestras propias obligaciones.

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