BLOGOSFERA

El mal de la banalidad
Hace unos días fui a ver, con mi mujer y mi hijo, la película de Margarethe von Trotta sobre Hannah Arendt. Hacía un calor de esos que derriten el asfalto y hace que se peguen la suelas de los zapatos al suelo. Y quizá fue por esa razón por lo que llegamos cuando acababan de apagar las luces de la sala. Así que me tuve que reír cuando, en la penumbra, vi levantarse a Manuel Borja Villel, el director del Reina Sofía, para dejarnos pasar a mi familia y a mí. «Ya es casualidad. El mundo de las películas en versión original es un pañuelo», le dije en un susurro; mientras él, divertido, me reconvenía por llegar tarde.
Al salir, ya con luz y calor, coincidimos en que nos había gustado a todos. Cuando mi familia empezó a bromear con mi devoción a Hannah Arendt, les conté que fue Salvador Giner el que me puso en su pista hace muchos años y he procurado no perderla. Salvador Giner fue discípulo directo de ella, así que no pude evitar imaginar que uno de aquellos estudiantes que la escuchaban en la película era el joven llegado de España y que muchos años después yo conocería ya consagrado y prestigioso catedrático de Sociología. Por un rato pensé que Barbara Sukowa, la actriz que protagoniza la película era Miss Arendt, y que yo también estaba allí, sentado al lado de Giner, en el Chicago de 1963, participando de toda aquella batalla filosófica y política sobre la banalidad del mal.
Me gusta vivir la vida con los libros, no sustituyéndola por libros, sino acompañándola con libros. El libro de Arendt sobre el criminal nazi Eichmann, el burócrata y buen padre de familia, nos ilustra, con los rasgos más brutales de la tragedia, sobre lo que ocurre en una escala mucho menos terrible en la vida de todos los días, incluso en la vida de una democracia avanzada como la nuestra. Gente que hace todo lo que tiene que hacer, menos hacerse preguntas. Gente que dice: «yo hago lo que me mandan», y lo hace a conciencia, normalmente sin preguntar quién ni para qué lo manda.
Unas veces lo que mandan es vender preferentes a jubilados; otras veces lo que mandan es defender lo indefendible o atacar lo inatacable, según convenga, desde una tribuna institucional, mediática o religiosa; en ocasiones mandan hacer la vista gorda ante un expediente administrativo o buscar los tres pies al gato en un procedimiento judicial; a veces mandan cobrar y no hacer preguntas, o pagar y tampoco hacer preguntas. En todos los casos la clave es no hacer preguntas. Hacer lo tuyo y no meterte en líos. Dejar que todo fluya como siempre.
Un día te enteras de que aquel dinero que financió la campaña de tu partido era el fruto de un cohecho, o que aquella persona a la que humillaste y vejaste desde tu columna, o desde tu cuenta de Twitter, era una persona digna y decente. Ese día tratas de quitarle importancia a lo sucedido, de banalizarlo. Eso es de lo que nos advierte Arendt, no de que el mal sea banal, sino de que la banalidad puede ser muy mala.