BLOGOSFERA

El nuevo tiempo
Era el 14 de julio de 1982. En el Salón de Tapices de los Reales Alcázares, primera sede del Parlamento de Andalucía, el candidato socialista a la Presidencia de la Junta, Rafael Escuredo, pronunciaba las palabras finales de su discurso en el debate de investidura. Pedía a las formaciones representadas en la cámara que huyeran del partidismo de vía estrecha, y advertía de que unidos se encontrarían en el camino para conseguir una Andalucía libre de las miserias del presente, una Andalucía libre de egoísmos, una Andalucía esperanzada y dispuesta a seguir avanzando por la senda del progreso, que es la única que nos hará libres. Estaba todo por hacer. Se abría una nueva etapa después de la culminación del proceso autonómico. Tres décadas después, esta semana hemos sido testigos del comienzo del siguiente capítulo de la historia de Andalucía.
Me remonto a aquellas fechas al recordar que el primer aval que recibió Susana Díaz, en las primarias a la candidatura socialista a la Presidencia, iba firmado por el primer presidente de la Junta. Todos los socialistas que han ostentado la más alta representación de la autonomía han contribuido de manera decidida al proyecto colectivo andaluz. Pero el aval de Escuredo contenía un fuerte contenido simbólico, el cual tras la investidura de la primera presidenta de la Junta se agranda. Ambos encarnan dos tiempos lejanos pero unidos por los mismos valores, por la misma visión de futuro y por la misma sensibilidad en unos dificultosos contextos históricos. Al igual que Escuredo, la nueva presidenta de la Junta llega al cargo frisando los cuarenta años, siendo representantes, el primero, de la generación de la posguerra, y la segunda, de la generación de la libertad, es decir, quienes no habían vivido en libertad y quienes sólo habían vivido en ésta. Sus retos tienen la misma envergadura.
En los ochenta el desafío era que el caudal de ilusión generada por el alumbramiento de la democracia y el autogobierno para Andalucía no derivara en frustración. En esta segunda década del siglo XXI, el lance es la conversión de la frustración múltiple en renovada ilusión y esperanza. Ha sido valiente la nueva presidenta al declarar como sus principios vectores del ejercicio del cargo la modestia y la utopía. Mucho tiempo hacía que esas palabras no retumbaban en tan solemne sesión. No me parece poca cosa: modestia para huir de la grandilocuencia y la retórica que tanto nos separan de los ciudadanos, y utopía para huir del conformismo, el descreimiento y la rutina que tanto nos alejan de nuestros sueños, siempre tan necesarios, proclamó. La visión está en los horizontes que se dibujan para el ejercicio de la tarea política, pero sobre todo en cómo quieres alcanzarlos. Por eso la nueva presidenta ha dejado patente en la investidura su liderazgo.
No hay grandilocuencia en afirmar que asistimos a un nuevo tiempo político, sólo basta mirar la excepcionalidad de la época en todos los frentes, pero políticamente la hallamos en el debate sobre la necesidad de abrir un proceso de deliberación colectiva acerca de los consensos de la Transición. La Transición española expiró con las manifestaciones del movimiento 15M en las plazas de las ciudades españolas porque principalmente la generación que no votó la Constitución y la que menos conexión histórica tenía por nacimiento con ese periodo pidió cambios. Los cambios para un nuevo tiempo se construyen sobre la base de lo anterior, de los aciertos y errores; serán resultado de un continuo. El cambio es la oportunidad de lo nuevo, de lo que deseamos o creemos que ha de venir. Así ocurrió en la Transición. La misma sociedad que dio su aval a la UCD para que cumpliera una tarea respaldó abrumadoramente en las urnas al PSOE poco tiempo después. Lo de antes me sirve para explicar que la necesidad del cambio siempre es más fuerte como evolución que como ruptura. Nadie debe pensar que la renovación borra o reescribe el pasado, más bien inaugura un nuevo capítulo. Así entendemos los socialistas el cambio que hemos vivido en Andalucía. Cuando Pepe Griñán, dando una lección de democracia como sólo un demócrata profundo puede darla, dijo con humildad que los tiempos nuevos exigen nuevos pilotos y nuevos horizontes, fue el primero en proclamar desde una tribuna en sede parlamentaria que el cambio era irremediable y no podía postergarse más. Que como su generación, la de la posguerra, exigió a la muerte de Franco su protagonismo político, ahora comprendía que otra generación hiciera lo propio en este momento.
El nuevo tiempo lo abren las sociedades con sus exigencias y sus esperanzas. Los \'nuevos tiempos\' no se fabrican en los laboratorios de la mercadotecnia política. Quienes aspiren a liderar los nuevos capítulos sólo alcanzarán su objetivo si son sensibles a esas reivindicaciones, si mueven ficha y se anticipan al futuro. En Andalucía ese cambio tiene voz y rostro: Susana Díaz. Y un partido: el PSOE. Es posible porque los socialistas sí hemos respondido y seguiremos haciéndolo- a las demandas de la gente en el proyecto de bienestar que toda sociedad anhela, muy al contrario que la derecha ideológica, que ha secado con su retórica neoliberal toda esperanza en una sociedad más justa. Es posible porque respondemos con medidas a la profunda regeneración política -lucha contra la corrupción, participación, transparencia, pedagogía democrática- que necesita nuestra joven democracia y reclama la ciudadanía, muy al contrario que la derecha ideológica, que no remedia los grandes males que carcomen sus entrañas. Que la derecha no representa este cambio en Andalucía queda patente en que ni siquiera es capaz de presentar un candidato alternativo en una sesión de investidura.
Puede confiar la sociedad malagueña en que el PSOE malagueño sumará y aportará al proyecto colectivo andaluz, con la modestia y la utopía que la primera mujer en presidir la Junta de Andalucía defiende. Puede confiar en que esa aportación se hará de manera conjunta, dialogada, participada, sin partidismos de vía estrecha, porque siempre será así, siempre todo está por hacer en una sociedad que aspira a un ideal de libertad y justicia social, siempre en peligro.
* Artículo publicado en Diario Sur