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Mi abuela Ana solía decirnos
Mi abuela Ana solía decirnos: «haz bien y no mires a quien, haz mal y guárdate». Pero mi abuela Ana, que era una pequeña campesina de Yunquera, no había leído el libro Justicia, de Michael Sandel. Así que cuando trataba de educarnos a mi primo Manuel y a mí, que éramos sus nietos mayores, no podía imaginar que, desde el punto de vista de la ética kantiana, las enseñanzas del refrán que nos hacía aprender son discutibles.
Cuenta Sandel que la Oficina del Mejor Negocio suele publicar en el New York Times un anuncio con el siguiente título: «La honradez es la mejor política. Y la más provechosa». En el cuerpo del texto, el anuncio dice así: «La honradez es tan importante como cualquier otro activo. Porque un negocio que procede con la verdad por delante, con transparencia y asignando a las cosas el valor que realmente tienen, no puede sino ir bien».
Según Sandel, Kant no estaría del todo de acuerdo con el anuncio: «hay una importante diferencia moral entre ser honrado por mor de la honradez en sí misma y ser honrado por mor de la línea de resultados». Así que la primera parte del refrán de mi abuela estaba bien en términos kantianos: «haz bien y no mires a quien» invita a hacer el bien más allá de todo cálculo. Sin embargo, la segunda parte del refrán lo fastidia todo, porque basar la moral en el interés no nos enseña a distinguir entre el bien y el mal sino «solo echar mejor la cuenta».
A pesar de la acertada crítica de Kant a la ética utilitarista, los de la Oficina del Mejor Negocio siguen publicando sus anuncios en el New York Times doscientos años después de la muerte del filósofo de Königsberg. La paradoja es que en la sociedad actual no se concibe otra moral, en lo que al mundo de la política se refiere, que la utilitarista. Se ve que los bancos y los medios de comunicación, por el contrario, son todos kantianos. La simple apariencia de bondad se ha vuelto sospechosa para una sociedad entrenada en la moral utilitarista. Si eres bueno no eres creíble, sobre todo si eres una persona pública. Si actúas con coherencia te conviertes en sospechoso. Si renuncias a tu interés, algo andarás buscando. Los demás son siempre utilitaristas; uno, por el contrario, es kantiano. O como decía el otro: «aquí todo el mundo va a lo suyo, menos yo que voy a lo mío».
Hace mucho tiempo un amigo, generoso y valiente, en un gesto de coherencia con sus principios y valores, renunció a algo que cualquiera, también él, consideraría muy valioso. Antes de renunciar, mi amigo supo anticipar las reacciones a su gesto. Pero, sobre todo, supo anticipar el olvido. «En pocos días -me dijo- unos y otros, los que elogien mi renuncia o la critiquen, se habrán olvidado de lo que he hecho». Mi amigo sabía bien que en cuanto unos y otros olvidaran su gesto, este dejaría de tener las posibles consecuencias públicas que según sus adversarios estaba buscando; sin embargo, para él, las consecuencias de su renuncia serían permanentes. Y aún así, renunció.
Tenía razón mi amigo, y solo han pasado cuatro días.